¿Cómo se escribió Diego Lobeira?
Te cuento en este artículo cómo se escribió Diego Lobeira. Historia de un bastardo.
Con la mirada de la mente podemos ir hacia delante o hacia atrás. Hace cuatro años miraba hacia el futuro a través de un espesa niebla que temía atravesar. Era la Directora Corporativa de RRHH de una corporación que estaba llegando a su fin. Hacía meses, o más bien años, que mediante un proceso ordenado se estaban vendiendo los diferentes negocios y cerrando otros para bajar la persiana y echar el candado, el corolario de la crisis que empezó en el 2009. Permanecí en la empresa hasta el final, ayudando a ese querido agónico a morir con dignidad.
Ocho años atrás había dejado mi querida Barcelona para asumir la nueva responsabilidad. Un paso en el vacío, como todo cambio. ¡Y cómo me gustan los cambios! Con el tiempo he llegado a cogerles cariño y los he convertido en parte esencial de mí. En esa situación, lo normal hubiera sido regresar a Barcelona, lo normal hubiera sido aceptar otra oferta laboral.
Sigo mi intuición, esa suerte de Pepito Grillo interior, como quien sigue las enseñanzas de un maestro y con el presentimiento de que estaba dando el paso que me correspondía (jamás he podido etiquetar esos pasos en el vacío como buenos o malos, acertados o errados), decidí tomarme un año sabático. Necesitaba descansar, acompañar a alguien en sus postrimerías suele ser una experiencia extenuante. Bueno, “descansar” era un modo de expresar con prudencia y discreción la franca necesidad que sentía de “cambiar”. Hacía tiempo que tenía a Pepito Grillo diciéndome: «¿Esto es lo que te hace feliz? ¿En serio? Tiene que haber algo más. Te están engañando».
Ya no se trataba de dar un “paso” sino un “salto en el vacío”, pero en la mente de una mujer entrenada para el rendimiento, producto de un entorno donde el “yo ideal” se proyecta hacia el éxito profesional vinculado a la prosperidad económica, era mejor hablar de “año sabático”.
Me hubiera encantado pasar ese año sabático viajando por el mundo y experimentando la libertad fabulada cada noche de agobio, preocupaciones, angustias y asfixia. ¡Qué bella es la mente que nos dota de tan narcótica cualidad! Pero mis dos polluelos no podían quedarse sin nido. Así que me quedé en mi sitio, o eso creí.
Empecé a coquetear con la escritura. Había tantas cosas que necesitaba explicar, preguntarme, pensar… Quise escribir mi vida, fabular mi vida, inventar mi vida, hacer un recuento de anécdotas y de historias, y sobre todo escribir un final feliz. Lo combinaba con talleres y cursos, y la escritura de relatos donde pretendía dar salida a emociones que tenía excesivamente racionalizadas. Cuanto más escribía más lejos me veía de todas partes. Pasó un año y pasaron dos. Permanecí en el mismo sitio o eso creí. Y escribí un final feliz, pero no me gustó. La literatura se me resistía. Había escrito una novela de cuatrocientas y pico páginas y no me gustaba ni a mí. Lo normal hubiera sido regresar a Barcelona, lo normal hubiera sido aceptar otra oferta laboral. Pero ya estaba demasiado lejos de todas partes.
Asusta cuando te das cuenta de algo así. De hecho, acojona y mucho. Yo era una madre con dos hijos a mi cargo, pero no voy a romper la magia hablando de cuestiones materiales que todos conocemos tan bien. Me busqué la vida, eso sí, había que comer, y me distancié de tan esquivo rival para analizarlo con detalle.
Nunca he abandonado un proyecto que no me sale, soy tozuda, obstinada y, sobre todo, tenía el convencimiento de que podía con cualquier cosa que me propusiera. Honestamente, no era la primera vez que paladeaba el fracaso. He sido una experta en esta materia y, por experiencia sabía que lo importante en ese momento es seguir adelante, modificar el rumbo, cambiar de marcha, pero seguir. Sin embargo, con la novela no sabía ni cómo ni por dónde. Así que la condené al ostracismo y empecé otra. Sustituir una cosa por la siguiente, cambiar un trabajo por otro, reemplazar una decisión por la contigua; rápido, sin dudar y sin dejar que duela. Eso es lo que había hecho siempre en el convencimiento de que así avanzaba. ¡Ay pobre infeliz! ¡Qué equivocada estaba! Eso no es más que dar vueltas en círculo y topar una y mil veces con similares obstáculos.
Durante dos años más caminé en las tinieblas. Es el periodo del que me cuesta más hablar, porque ni siquiera yo puedo explicarlo todavía, es demasiado reciente. Me entregué con fervor a la lectura, como quien busca en cada libro una pista. En medio de aquella bruma que iba espesando comprendí que no se trataba de aprender sino de descubrir. ¿Pero el qué?
El mundo oscurecía a mi alrededor. La penumbra emborronaba los espacios que siempre habían sido de claridad. La negrura no me dejaba ver. Me quedé quieta y sola, al principio por miedo a dar un paso en falso. Fui acostumbrándome a la opacidad. Percibía que ahí había algo más. Efectivamente, ahí estaban todas mis sombras, las que había apartado del camino para tomar otro rumbo, y también estaba la primera novela. Me sorprendió verla allí, aunque rodeada de tanto espectro sentí pánico.
Toda batalla épica merece un episodio aparte, y esa sin duda lo fue. Así se escribió “Diego Lobeira. Historia de un bastardo”, en medio de una batalla en busca de la propia y genuina identidad, que no es más que la fantasía de lo que pretendemos ser. De algún modo, todos tenemos algo de bastardos.